lunes, 4 de enero de 2016

La importancia de la madre

Según una creencia budista cuando un alma decide encarnar en un cuerpo físico para vivir una experiencia humana precisa de otra alma generosa encarnada previamente que le facilite este tránsito. Y si bien a este acto la biología le ha restado relevancia, explicándolo en las aulas como el proceso germinal y embrionario producido naturalmente durante la gestación de un ser humano, los budistas afirman que dicho proceso no es tan llano como la ciencia explica. Así es como, en la inmensidad de la creación universal, el ser humano busca ser alumbrado por otra alma, a la que amorosamente se le llama madre.


En nuestra experiencia terrenal, el papel fundamental de la madre no termina con el alumbramiento, sino que se extiende durante toda la vida del nuevo ser humano, proporcionándole cuidados y alimento, fundamentalmente durante la infancia de éste, con dedicación más o menos plena y de manera completamente altruista.

Desde una perspectiva biológica y social, la madre es el referente de mayor influencia en el niño desde su nacimiento hasta los 6/7 años. Ella será con quien el niño establezca un vínculo de apego, primordial para su interacción con el medio próximo que le rodea. Mayormente, ella es la protectora, la sustentadora de alimento, quien atenderá todas y cada una de las necesidades básicas del pequeño, ya sean físicas o emocionales. Así, de igual modo, he de mencionar que durante esta primera infancia la figura del padre es esencial, pero secundaria. Su actuación cobrará especial importancia en un periodo posterior de la infancia del niño, a partir de los 7 años aproximadamente. Él será quien, real o metafóricamente hablando, exponga al pequeño al mundo social. El padre acompañará sus aprendizajes dirigidos a la comprensión y actuación en el medio externo al entorno familiar.

Realmente la representación y función de ambos progenitores ha sido ampliamente debatida, atendiendo a diferentes épocas y contextos sociales, culturales, religiosos, económicos e incluso políticos, si bien desde mi punto de vista, dos son los enfoques sobre los que se centra la atención de esta cuestión: uno atendiendo a aspectos básicos de la biología del ser humano y un segundo referido a la implicación social del individuo.

De forma fácil de entender, desde la lente de la biología, nuestra conducta como especie no debería diferir de otras análogas en el medio natural. Si nos remontamos a la época de las cavernas, la mujer permanecía resguardada en la cueva alimentando, instruyendo y protegiendo a sus hijos, mientras que el padre salía al exterior en busca de caza, ahuyentaba depredadores y garantizaba la seguridad de los suyos frente a clanes rivales. Cuando el niño alcanzaba una edad en la que su fortaleza, habilidad y agilidad le permitían acompañar al padre, éste era quien tomaba las riendas de la formación de su hijo. Por tanto, la acción conjunta de ambos progenitores, aseguraban la supervivencia de su descendencia.

A medida que el hombre evolucionaba y establecía cada vez estructuras sociales más complejas, las funciones de ambos progenitores han ido variando, especializando y adaptándose al contexto en el que se desarrollan. Así de forma generalizada se establecieron roles propiamente femeninos y masculinos, que aseguraban igualmente la supervivencia de sus vástagos, y los cuales han mutado en la misma medida en que una sociedad concreta cambia o evoluciona con el tiempo.

Numerosos estudios apuntan que son los primeros 6 años de un niño los que conformarán de manera casi inmutable los cimientos del importante edificio que sustentará su personalidad y conductas futuras, por ello debo hacer hincapié en la figura de la madre. Ella es la fuente de referencia más cercana y principal de la que el niño beberá…
   
Pero además debo añadir otro dato de mayor relevancia aún, si cabe. Según actuales disciplinas de investigación como la Bioneuroemoción® (Enric Corbera), Descodificación Biológica, Desprogramación Biológica (Ryke Geerd Hamer, Marc Fréchet, Groddeck y Claude Sabbah…) y destacados investigadores del campo de la psicología como Anne Schutzenberger, afirman que distintos patrones de conducta e información, de los cuales el niño será receptor, se fraguan antes incluso del nacimiento de éste, unos 9 meses aproximadamente antes de su concepción. Será pues, desde este momento, donde pondremos especial atención y de manera particular al entorno y circunstancias que rodeen a la futura madre, ya que serán sus experiencias vividas con alta carga emocional las que condicionarán la personalidad y patrones conductuales de su bebé. Al periodo de tiempo trascurrido desde los 9 meses anteriores a la concepción, la gestación, el nacimiento y las condiciones que rodearon a éste, así como los 36 meses posteriores al alumbramiento es definido como Proyecto Sentido.

Toda la información que procese la madre, máxime si es acompañada de emociones tales como rabia, miedo, ira, tristeza, asco… se registran a nivel celular siendo trasmitidas de manera irremediable al bebé. En los primeros años de vida del niño serán los receptores insertados en la membrana celular de cada célula corporal del niño, los que perciban la información del medio externo (véase investigaciones sobre epigenética realizadas por el Dr. Bruce Lipton). Así y teniendo en cuenta estos datos, no debemos desestimar ningún detalle del Proyecto Sentido de nuestros hijos.

Que una persona adulta no consiga evocar de forma consciente ciertos recuerdos, no significa que estos no existan o hayan desaparecido. Muy al contrario, como ya he mencionado, hechos ocurridos y almacenados en la memoria con alto componente emocional, pueden haber sido bloqueados o reprimidos, y condicionar nuestra vida de forma significativa. Por ello sirva este apartado para hacer un llamamiento a las madres, fundamentalmente, para que relaten abierta y sinceramente cuantos hechos relevantes hayan ocurrido durante el Proyecto Sentido de sus hijos, con el fin de ayudarles a comprender e integrar aspectos fundamentales de su periodo infantil que puedan ocasionar o estén ocasionándoles serios problemas en su etapa adulta.

El miedo, la vergüenza o la culpa no deben ser obstáculo para tomar esta decisión. Estas emociones coartan nuestra evolución y nos dañan. No seamos nuestros propios jueces y verdugos. Expresemos nuestras emociones. Con seguridad sentiremos que nuestra carga es más liviana y evitaremos que nuestros hijos la hereden.

Te invito a que compartas tus emociones ocultas con tu hijo. Cuanto más pequeño sea, tanto mejor, aunque creas que no tiene capacidad para entender tus palabras, recuerda que su mente subconsciente lo registra y entiende todo. Si el niño tiene una edad que pueda comprender tus explicaciones y temes su reacción, mi sugerencia es que le hables directamente a su subconsciente, cuando su mente consciente esté relajada, pero aún receptiva.

Madres, sed valientes.
Seámoslo todos. 

Expresemos nuestras emociones.



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